La inclusión educativa es probablemente el gran reto de la Educación. Es un reto de presente y de futuro que implica inexcusablemente cambiar las culturas. Porque la inclusión no puede ser una opción, es un derecho que tenemos todas las personas, y todas a lo largo de nuestra vida necesitamos sentirnos incluidas.
Orientamos para un mundo incierto, enseñamos para un mundo incierto y nuestro papel fundamental como docentes es ayudar a sentar las bases para que todos, todos, puedan seguir aprendiendo a lo largo y ancho de la vida.
Seguro que compartimos, como orientadores, que nuestro rol es mucho más amplio que orientar sobre itinerarios académicos, o sobre qué hacer con un alumno en concreto que presenta una dificultad específica.
La inclusión es responsabilidad de todos. Depende en buena medida de las políticas de la administración, de decisiones de la comunidad educativa y, desde luego, de cada uno de nosotros, los profesores.
En este post me centraré en el rol del orientador en un modelo colaborativo en el que nuestro papel es precisamente ese, contribuir a que se tomen decisiones que favorezcan que todos nuestros alumnos se sientan incluidos y competentes, puedan participar y aprendan mucho, todo lo que puedan, y sentemos las bases para que sigan haciéndolo a lo largo y ancho de su vida.
Es decir, la intervención fundamental no es en el sujeto sino en el contexto. Eso no significa obviamente que no debamos intervenir sobre las personas que están en ese contexto, pero hemos de tener claro que lo relevante es asesorar para modificar el contexto.
Y, si nuestro trabajo ha de centrarse en el asesoramiento experto, colaborativo pero experto, supone que inexcusablemente hemos de tener formación específica. Si no la tenemos, ninguno de nuestros compañeros tomará en consideración nada de lo que digamos. Así que un aspecto imprescindible es estudiar, leer, analizar qué hacen otros compañeros, participar en comunidades de orientadores…, en definitiva, formarnos.
Pero volvamos al contexto. El primer escollo al que nos podemos enfrentar es esa diferente concepción de qué es lo relevante, qué es lo importante. Si no compartimos eso es muy difícil la tarea de asesoramiento colaborativo en los procesos de enseñanza y aprendizaje.
Nosotros no somos los defensores de los estudiantes frente a los ‘otros’ profesores. Todos somos los defensores de los estudiantes. Así que nuestro rol es siempre desde la colaboración, paso a paso. Sumando siempre y demostrando capacidad empática. Porque estar con 30 o más alumnos en el aula es apasionante, sí, pero durísimo. Por eso, hemos de contribuir a lograr entornos de escucha activa y de resolución de problemas o de búsqueda de soluciones como prefiramos llamarlo. Con respeto enorme a nuestros compañeros, aprendiendo de ellos y con ellos. Escuchando.
La cultura de centro, o el Proyecto educativo, el primer paso
Dicho esto, me gustaría referirme a nuestro rol solo en las medidas que llamamos de nivel 1 y 2, en las otras las que requieren atención específica más individualizada tenemos más experiencia.
Evidentemente es esencial lo que hacemos por ejemplo con un alumno TEA, cómo damos las instrucciones, cómo favorecemos su aprendizaje, qué pautas concretas trabajamos con el equipo educativo que serán beneficiosas para ese niño y para el resto del grupo. Pero no podemos empezar por ahí porque siempre estaremos poniendo parches. Es lo que nos dice el diseño universal de aprendizaje.
Pero vamos a hablar de la cultura del centro, de los cimientos. Me gustaría plantear algunas preguntas que nos ayudarán quizá a clarificar a qué nos referimos cuando hablamos de respuestas de Nivel 1, las que se dirigen a toda la comunidad educativa y que son muy anteriores a la atención específica que damos a una persona concreta permanentes o en un momento determinado de su escolaridad.
Por eso es importante que pensemos juntos, que escuchemos a nuestros compañeros.
¿Compartimos una forma de entender la inclusión educativa? ¿Qué entendemos por Inclusión cada uno de nosotros? Quizá sería una buena idea empezar por ahí.
Y seguir, por ejemplo, planteándonos preguntas que aparecen en El índex para la inclusión (que se puede descargar aquí) es una herramienta estupenda para reflexionar y evaluar en equipo.
Piensa en tu centro, ¿van primero las desideratas en la confección de los horarios o la posibilidad de que los equipos educativos nos reunamos? ¿Priorizamos que los alumnos tengan un número limitado de docentes?
¿Está prevista la coincidencia de todos los docentes que imparten clase a un mismo grupo? ¿Hemos pensado entre todos cómo vamos a prevenir el acoso escolar, a favorecer la convivencia? ¿Cómo implicamos a las familias? ¿Y a los estudiantes? ¿Los hacemos partícipes por ejemplo del bienestar y de la convivencia?
Cuando pensamos en la oferta de optativas, de actividades extraescolares, de proyectos… ¿qué priorizamos?
¿Nos hemos planteado que haya docencia compartida? Si tenemos dudas, ¿Conocemos experiencias de éxito que la lleven adelante?
¿Con qué criterios distribuimos a los alumnos por grupos? ¿Buscamos equilibrio, complementariedad, apoyos afectivos?
Si hay desdobles, ¿cómo los organizamos?
¿Qué vamos a hacer con quienes han repetido que sea real, no un papel por si nos pregunta el inspector?
¿Hemos pensado criterios comunes para seleccionar materiales? ¿Aprenden nuestros estudiantes las aportaciones de mujeres relevantes en todos los campos del saber?
¿Cómo distribuimos los espacios? ¿Cómo diseñamos entornos amigables? ¿Patios inclusivos?
Son solo algunas preguntas, que cambian la cultura del centro. Lo más importantes a mi juicio. Yo diría que ahí nuestro papel como orientadores es el más relevante.
La inclusión en las aulas
Y ahora pasemos a las aulas, lo que en nuestro decreto que desarrolla los principios de equidad e inclusión se ha tipificado como medidas de segundo nivel de respuesta, que son las que se concretan ya en el aula pero que deben formar parte de decisiones de centro. ¿Nos hemos planteado si la forma de trabajar en el aula facilita que todos los alumnos participen y aprendan?
Porque claro, si la secuencia que desgraciadamente todavía se repite década a década en demasiadas clases es… 1) Entramos al aula, saludamos incluso con nuestra mejor sonrisa, pasamos lista, y preguntamos por ‘los deberes’. 2) Corregimos los ejercicios. A continuación 3) Explicamos, avanzamos materia (incluso poniendo pasión y conocimientos solventes). 4) Una vez hemos explicado, Resolvemos dudas, ponemos más ejemplos. 5) Enseguida Marcamos las actividades, las mismas para todos, que han de hacer para la siguiente clase y nos despedimos.
Todos a la vez, todos lo mismo. Sin que nadie nos pregunte qué sabemos, qué nos interesa, qué queremos aprender.
¿Hemos pensado qué metodologías favorecen la inclusión de todos? ¿Conocemos buenas prácticas, por ejemplo, de aprendizaje basado en proyectos? ¿Hemos probado?
¿Tenemos previstas actividades con diferente nivel de profundización? ¿Cómo distribuimos en el aula a los estudiantes?
¿Aprenden a cooperar? Si la respuesta es afirmativa, ¿con qué criterios formo los grupos cooperativos? ¿Sabemos qué estudios avalan esa organización?
¿Todos henos pensado cómo visibilizar las aportaciones de las mujeres en todos los campos del saber?
Podemos hacerlo mucho mejor, de hecho, en todos los centros se hacen cosas estupendas. Seguro que muchas veces, antes de empezar un contenido nuevo, los docentes activan los conocimientos previos, preguntan qué saben, qué les interesaría saber, y, se comparten los objetivos, se les dice a los alumnos qué es lo que vamos a aprender. Muchísimos compañeros tienen previstos contenidos para que todos lleguen, y ponen el viento a favor también para quienes vuelan más alto.
Sería estupendo contar con tiempos para que nos contáramos lo que nos funciona. Nos sorprendería cuánto aprendemos si escuchamos a nuestros compañeros.
Orientamos para un mundo incierto, enseñamos para un mundo incierto y nuestro papel fundamental es ayudar a sentar las bases para que todos, todos, puedan seguir aprendiendo a lo largo y ancho de la vida.
Para saber más
Alegre Canosa, Miguel Ángel (2015). ¿Son efectivos los programas de tutorización individual como herramienta de atención a la diversidad? En ¿Qué funciona en Educación? n.º 2, pág. 1-22,Fundación Jaume Bofill. Ver.
Booth, Tony y Ainscow, Mel (2015). Guía para la Educación Inclusiva: desarrollando el aprendizaje y la participación en los centros escolares. Por, Fuhem- OEI. Ver
Elizondo, Coral. Blog Mon petit coin de l´éducation. Ver
Pérez Esteve, Pilar (2019). El efecto Pigmalión: tejiendo redes de afecto. Colectivo Orienta. Ver
UNESCO (2017). Guía para asegurar la inclusión y la equidad en educación, de la UNESCO. Ver
Villaescusa, Mábel (2019). Inclusión en el aula: pistas para un aula inclusiva. Colectivo Orienta. Ver